vicente pastor delgado : El intercambio
Lucía estaba emocionada por su viaje de intercambio a Inglaterra. Siempre le habían gustado las historias de misterio y terror, y esperaba vivir alguna aventura en el país de Jack el Destripador y Sherlock Holmes. Su familia anfitriona la recibió con mucha amabilidad y la llevaron a su casa, una antigua mansión victoriana en las afueras de Londres.
Lucía se instaló en su habitación, que era amplia y acogedora, con una chimenea, una cama con dosel y una gran ventana que daba al jardín. Se sentía como una princesa, hasta que vio el retrato que colgaba sobre la chimenea. Era el de una joven de cabello rubio y ojos azules, vestida con un traje blanco y una cinta roja en el cuello. Lucía se quedó helada al darse cuenta de que la chica del retrato era idéntica a ella.
- ¿Quién es ella? — preguntó Lucía a su familia anfitriona, señalando el cuadro.
- Oh, esa es Emily, nuestra bisabuela — respondió la señora Smith, con una sonrisa forzada -. Era la hija menor de los antiguos dueños de esta casa. Murió muy joven, en un trágico accidente.
- ¿Qué le pasó? — insistió Lucía, intrigada.
- Bueno, la verdad es que no se sabe muy bien. Algunos dicen que se suicidó, otros que la asesinaron. Lo único cierto es que la encontraron en su habitación, con el cuello cortado y la cinta roja manchada de sangre. Fue una noche de luna llena, hace exactamente cien años.
Lucía sintió un escalofrío al escuchar esa historia. No podía creer la coincidencia de que se pareciera tanto a la chica del retrato, ni que hubiera llegado a esa casa justo en el centenario de su muerte. Pensó que quizás todo era una broma de mal gusto, pero la expresión de la familia Smith era seria y sombría.
- No te preocupes, Lucía. Estamos seguros de que nada malo te pasará. Emily era una chica muy dulce y bondadosa, y seguro que le alegra tener una invitada tan parecida a ella. Además, tenemos una sorpresa para ti. Mañana es tu cumpleaños, ¿verdad? Pues hemos organizado una fiesta con tus compañeros de intercambio y algunos amigos de nuestra hija. Será una noche inolvidable.
Lucía agradeció el gesto, pero no pudo evitar sentir una extraña sensación de inquietud. Miró de nuevo el retrato de Emily, y le pareció que sus ojos azules la observaban con una mezcla de curiosidad y envidia. Lucía se acostó en su cama, tratando de olvidar el asunto y de dormir. Pero no pudo. Toda la noche escuchó unos pasos suaves y unos susurros que parecían provenir de la chimenea. Y cuando se levantó al día siguiente, encontró una cinta roja sobre su almohada.
La fiesta fue un éxito. Lucía se divirtió mucho con sus amigos, bailó, comió y bebió. Se olvidó por un momento de la cinta roja y de Emily. Pero cuando la fiesta terminó, y todos se fueron a sus casas, Lucía se quedó sola en su habitación. La luna llena brillaba en el cielo, y Lucía sintió un escalofrío al recordar la historia de la chica del retrato.
De repente, escuchó un ruido en la chimenea. Se levantó de la cama y se acercó a ver qué era. Para su horror, vio que de la chimenea salía una figura blanca y etérea, que se materializó en el suelo. Era Emily, la chica del retrato, pero con el cuello cortado y la cinta roja manchada de sangre.
- ¿Quién eres tú? — preguntó Lucía, aterrorizada.
- Soy Emily, tu bisabuela — respondió la aparición, con una voz dulce y melancólica -. He venido a buscarte, Lucía. He esperado cien años por ti.
- ¿Por qué? ¿Qué quieres de mí? — balbuceó Lucía, retrocediendo.
- Quiero que seas mi amiga, Lucía. Quiero que me acompañes en mi soledad. Quiero que me des lo que nunca tuve: una vida feliz.
- ¿Qué dices? Yo no soy tu bisabuela, ni tu amiga. Yo soy Lucía, una chica de intercambio. No tengo nada que ver contigo.
- Sí que lo tienes, Lucía. Eres igual que yo. Tienes mi mismo rostro, mi mismo cabello, mis mismos ojos. Eres la reencarnación de mi alma, Lucía. Y por eso te quiero.
- No, no es cierto. Tú estás muerta, Emily. Tú no puedes querer nada. Déjame en paz.
- No uedo dejarte en paz, Lucía. Tú eres mía, y yo soy tuya. Somos una sola, Lucía. Y esta noche, vamos a unirnos para siempre.
Emily se abalanzó sobre Lucía, y le clavó las uñas en el cuello. Lucía gritó de dolor y de miedo, pero nadie la oyó. Emily le arrancó la cinta roja que llevaba en el cuello, y se la puso en el suyo. Luego, le sonrió con una expresión de triunfo y de locura.
- Gracias, Lucía. Gracias por darme tu vida. Ahora yo podré vivir, y tú morirás. Así es el intercambio, Lucía. Así es el destino.
Emily se desvaneció en el aire, dejando a Lucía desangrada y agonizante en el suelo. Lucía intentó pedir ayuda, pero ya era tarde. Su vista se nubló, y su corazón se detuvo. Lucía murió, y Emily renació.
Al día siguiente, la familia Smith encontró el cuerpo de Lucía en su habitación, con el cuello cortado y la cinta roja manchada de sangre. Fue una noche de luna llena, hace exactamente cien años.